Glitter matutino

Acabo de salir de la clínica del ojo número mil. Las máquinas de hacer chorizos. Revisión rápida. Gotas que se suman a mi colección. Te veo en dos meses, dice el médico, que debe haber nacido después que yo, a pesar del bigote que luce para simular la experiencia que su baby face no le permite aparentar. Al salir del edificio, constato con la cámara del celu que los bordes mis ojos están naranjas por esas gotas densas que te ponen para revisarte con el microscopio ocular (googleé cómo se llamaba el artefacto, no estoy segura porque todos los que veo son mucho más modernos). Voy hacia la esquina de Uriarte. Estoy con la compu buscando un lugar dónde desayunar. Café Chef León. Recuerdo que el café no me gustaba pero está casi vacío y es un buen espacio para sentarme a trabajar. Elijo una mesa en box que está bien en la punta, contra la pared de la barra. La camarera se acerca sin apartar la vista del celular. Te da la carta con una mano y con la otra, tipea. Solo lo suelta cuando tiene que sostener una bandeja que le requiere el uso de ambas extremidades. Tiene tantas ganas de laburar como yo de abrir el Excel. El cajero es una drag queen hermosa que tiene la música disco al palo. Por momentos, estoy montada en un parlante de Club 69 llena de glitter, en un total fucsia, sudando igual que las paredes. No sé si Bring it back se acopla con el mood de las 9 de la mañana del cruce entre Montañeses e Uriarte. Estoy a un suspiro de corear: Last night a DJ saved my life. La playlist se me insinúa de un modo descarado. Suena Beyoncé, abran paso.

No traje auriculares y no es necesario aclarar que la música me distrae.Y como tengo ese don rockola, la memoria se me da muy bien para una amplia gama de géneros musicales. It’s about damn time. Frases que se cuelan por entre estas líneas que no son más que un ejercicio bastante divertido que me pone en situación de tomar todo lo que me rodea como un elemento para el relato.

Yani se llama la coffee manager. Tiene el pelo parcialmente rosa del lado lado que lo tiene largo y del otro en su color natural, rapado. Amaría rasurarme un costado pero siento que sería darle rienda al Crosty que hay en mí. Siento el pelo vaporoso y sucio. La humedad siempre me da sensación de mugre. Amo enero en la ciudad. Hoy metí 20 minutos clavados para llegar de Caballito a Belgrano, algo imposible durante los consecuentes meses del año. Me estoy haciendo pis. Claro, me tomé un litro de agua antes de salir, un café de medio litro y 200 cc más de agua. Vejiga explotada. Voy al baño. En el trayecto, veo un hombre con la carita de Christ Hemsworth pero más papoteado. Qué espalda, ¿no me querés proteger de todos los males del mundo? No soy tu estilo, pero hundiría mis uñas en esa estructura.

Todavía no he completado la primera página, por eso dejo que los personajes del bar intercedan en este relato. Tienen que ser tres carillas.Tengo dos opciones, una la acabo de implementar: aumentar el cuerpo de la tipografía. Tampoco la subí tanto, estaba en 10.5 y la agrandé a 11. El segundo recurso, aumentar el interlineado, pero eso me parece demasiado abuso. Bueno, ya estoy al inicio de la segunda página. Tengo un poquito de frío por el aire pero si tuviese algún saquito para ponerme, me lo impediría la humedad que hay. El saquito me da muy oficina, muy té, muy señora.Acaba de entrar un hombre maduro que destila un perfume muy masculino. Señor del bien, usted me envuelve con su estela amaderada. Lleva camisa blanca, jean oscuro, zapatos y anteojos. Se pide un avocado toast sin queso, con pan finito y un café solo. O es intolerante a la lactosa, o hace alguna dieta sin lácteos. No lo veo pero mi visión periférica me dice que está chateando. Yo escribo en una computadora, otro escribe en un celular. No veo cuadernos. Yo tengo uno y cada vez me cuesta más entenderme la letra. Estoy exacerbada por el frenesí que me provoca la gente que entra y sale de un bar por la mañana. Extasiados mis dedos bailan al son de las tazas que se apoyan en sus platos. Chequeo que Rober, ¿Rober? Confirmo que Claudio tiene zapatillas marrones, no zapatos. Exhala una risa tímida. Su color de voz parece cálido. ¿Qué habrás leído Clau? ¿Qué será lo que te tiene contento esta mañana? Me obsesiona saber cómo te llamás, Clau. Necesito saberlo. Voy a pensar nombres de hombres cincuentones: Claudio, Marcelo, Alejandro, Eduardo, Daniel, Damián, Juan, José, no me das José. Jamás podría llamarte Pepito, me da headliner de showcito infantil. Sabés Clau, las historias están en el aire. Tu tono de voz tiene cierta formalidad. Si bien usás camisa blanca con zapatillas, algo me dice que sos un tipo clásico. No puedo ver si estás casado, pero supongo que tenés pareja. En cualquier momento, improviso una sutil torsión para ver tu anular izquierdo. No puedo vivir inventando, o sí, porque esta es mi jurisdicción. Fijate cómo tu usual desayuno se convierte en una escena que contribuye a mi ejercicio matutino. Artista de la lengua, magister en la palabra, especialista en micro relatos, pintora de cotidianidades ajenas. Qué obsesión. Te amo, Mairal. Tus retazos me dieron el impulso que necesitaba para confiar en que un café pedorro post visita médica resignifican el sentido de esta pasión por escribir cuanta cosa expele mi mente y materializan mis dedos. Acaba de salir el ke onvre grandote. Tallado por los dioses y con ese andar pesado que da entidad a cada uno de sus músculos minuciosamente trabajados. Pero ya tengo una nueva obsesión: Claudio y su avocado toast. Lo oigo carraspear luego de tragar el primer bocado. Ahora si me ayudan a pensar, a qué se dedica. La investigación se interrumpe. Beyoncé con su disco bolichero. Son demasiados estímulos para una mujer hambrienta. Claudio bebe un sorbo de su café negro y vuelve a carraspear, se limpia la boca. Claudio. Gallo Claudio. Largalo, Claudio. No es arquitecto. Acaba de pedir la cuentita. Cuando lo vea partir, podré completar el perfil. Eso me dará la información faltante. Vamos Clau, tirame un centro. Tu vecina de box necesita completar tu ficha personal, la actividad que la sumerge cada mañana en una nueva aventura de estampar tres páginas en blanco. Si vos supieras que sos el motivo. Veo notificación. Nicetobar acaba de publicar una foto. Me escuchó, me leyó el Club 69 que mencioné más atrás. Cada vez, la claridad es mayor. Claudio tenía un poquito más de 50 años, una buena respiración soporte de sus grandes gafas.

Redundante

Soñé que algo se rompía. Creo que un diente. No quiero pensar en que algo se cae o se rompe, porque pierde su estado original. Son las 7.30 de la mañana. Todavía tengo la sensación de tu piel sobre la mía. Y el destello de tus ojos, esos círculos oscuros y misteriosos en los que el tiempo se vuelve elástico. Me da paz mirarte, permanecer en silencio mientras busco el hueco entre tu cigarrillo y el whisky para besarnos. Es fácil besarte. Es rico besarte. Tu boca, una necesidad recurrente.

El tiempo con vos. Tenue, húmedo, cálido, circulando entre mi torpeza y el deseo de comernos despacito. Recorro los trazos de tu cara una y otra vez, los redibujo con mis labios, rectifico ese diseño fino y singular con las yemas de mis dedos. El tiempo con vos. Sin artilugios, sin parafernalia, sin grandilocuencias. Te complazco para complacerme. Me complacés para complacerte. Un enunciado que engaña por construcción o por redundancia.

La idea fija

Lunes otra vez. El primero del 2023. Debería estar habituada a escribir estas páginas pero no logré el hábito. Me propuse retomarlas el primer día del año pero me ganó la pereza. La mañana está fresca y yo, muy cansada. Anoche me costó encontrar una posición para dormir. No preciso si me dolía la cabeza producto del cuello o al revés. Acá estamos dispersas mi alma y yo, intentando llenar estas carillas con algo que siembre el germen de alguna ocurrencia literaria. El café que estoy tomando está helado. No sé si está fuerte o es que no me termina de convencer lo aguachento del método de la prensa francesa. Volvamos a lo que nos convoca hoy. Escribir, cueste lo que cueste. Tengo un poco de hambre porque ayer me fui a dormir sin cenar y posiblemente haya pasado unas cuantas horas en ayuno, un dato vago que solo menciono para llenar otra línea de irrelevancias. En otro orden de cosas, me pregunto qué será de la vida del Hombre Luz. Es increíble que aún lo recuerde como una planta por regar. Me gustaría preguntarle si me vio en el aeropuerto de Mendoza. Si escuchó mi voz colarse entre el huequito de los asientos de aquel flybondi de cuarta. Hola, Luxem, le hubiera dicho con total desparpajo. La hubiera mirado a ella también.

Te juro, Página 1, que me hubiera presentado con esa cualidad tan mía del humor exagerado, solo para hacer temblar a su personaje seductor. Total no fuimos nada. No tendría por qué temer. Nunca hubo tantas interrupciones en este fluir del pensamiento. Me ganó el hambre y me fui a la cocina a cortarme un poco de fruta: pera, pomelo rosado y banana. Es necesario cortar cada tantísimo. Qué puedo decir que no sea de público conocimiento. Me obsesioné con Lucimán y su delicado rechazo. No pude aceptar que no me haya dado la oportunidad de conocernos fuera de la vacación. Que se pasee con su «algo que lo tiene sorprendido» o lo que sea que mantiene su interés al día. Que la única opción que me haya ofrecido sea la de vernos uno o dos días antes de aquel retorno definitivo. Pero Dios o alguien estuvo de mi lado porque aunque no hayamos vuelto a vernos, y yo me haya cosido los dedos para evitar enviar un mensaje, su vuelo se canceló. Y una parte de mí se alegró un poco: aunque me quieras poner en el último lugar de tu agenda, tu Citanova te controla. No es que ese retraso me haya servido de algo, mi dignidad se mantuvo incólume al menos por ese lapso. Página 1 me costó muchísimo no recibir un maldito mensaje de algo. Y a la vez, pensé, qué palabra tiene este flaco. Si se propone darme la nada, lo cumple a raja tabla. Te diré que alguito de orgullo tuve, porque doblé mis ganas a la mitad, y luego otra vez a la mitad, y las introduje dentro de un sobrecito que guardé debajo de un cuaderno, al fondo del cajón. Algo aprendí y sigo en ese camino. Hacerme la superada, no exageremos, porque lo sigo nombrando en el 2023 y lo conocí en diciembre del 2019. Parezco mi papá que me echa en cara que le tiré las sillas director que estaban oxidadas y destartaladas. Se ve que lo superé, ¿verdad? A la mierda todo. Quiero que los números me obsesionen tanto como a él. Como a mi padre, digo. Quiero tener una fijación sana. ¿Pueden sana y fijación convivir en la misma oración? ¿Y la idea fija? ¿Suena feliz? ¿Da más vaso lleno que vacío? ¿O da vaso que rebalsa? Estoy llegando casi al final de la primera página y me urge levantarme de la silla. Hay algunas cosas desordenadas. Me gustaría mirarlas y trasladarlas automáticamente a su lugar. Hubiera sido más sabio ordenar todo antes de sentarme a escribir, para evitar que cualquier objeto fuera de lugar se convirtiera en idea fija. No podré parar de decir idea fija porque hay algo de adherencia, de pregnancia, de sujeción. Juego a buscar sinónimos. Debo reconocer que esta obsesión nominal me pone en el ejercicio de sustitución pegajosa.

La mesa me da situación de caos. Los objetos que yacen sobre ella no guardan relación: un plato con un tenedor y micro restos de pomelo rosado, un celular, un esmalte, tickets hechos bollo, plata. Una botella de agua, una taza sin plato, un monedero semi vacío y unos auriculares enredados. Qué fácil se está volviendo esta tarea de completar páginas, considerando un fluir coherente con nada. Me duele la espalda, o el cuello, o la cabeza. Debe ser mi escoliosis. Estoy sentada en una de las sillas que retapicé. Uno de los cuatro resortes marca presencia y no agradable. Ninguno debería destacar por sobre el otro, se supone que ejercen resistencia todos juntos. Pero asumo su rebeldía y lo dejo ser. Por ahí sea producto de que fue la primera silla que pasó por mis manos. Quizás busca salir del anonimato. Por capricho o por anhelo de superación. Resorte yo sé lo que es tener hambre de gloria. Me da pereza desarmar la silla que te contiene. Al menos por tiempo indefinido, seguirás marcando tu existencia entre mis piernas. Un salto es tu chance de trascender, abandonar la oscuridad que te contiene entre liencillo, guata y poliéster. Quiero decir cosas importantes pero hablo vos, el único que permanece entre mis muslos con una constancia inusitada. Le dedico texto a un resorte, algo de esto no está bien o por ahí esté todo donde tiene que estar: el compañero silencioso decidió colarse entre mis nalgas para hacerse notar, soportando mi volumen a diario, como nadie más lo hizo jamás.

Suena Drexler, qué hombre. Hace poco escuché una nota repetida en la radio y pensé: qué oratoria, qué seducción lingüística, qué oportuno todo él. Tan seguro de sí y de su talento, pero abierto a escuchar y aprender de nuevas generaciones. La humildad de George. Te amo solo por tu verbo. Me siento capaz de amar a troche y moche. Es algo recurrente, la necesidad de amar a un hombre que no me quede más remedio que amarle porque es familia. Es moda amar a Messi pero la verdad es que el fútbol no me significa nada. Podemos hablar de metáforas y demás cuestiones que se desprendan de ahí. Nada relativo a Lionel me convoca así que prefiero dejar de lado su masculinidad. Si sirve para que otros hombres busquen paralelismos, bienvenido sea. Tu corazón va a sanar, pronuncia Jorge. Y nadie sabe por qué un día el amor nace. Ni sabe nadie por qué muere el amor un día. Ni nadie nace sabiendo, nace sabiendo que morir también es ley de vida. Todo eso dice Jor con una cadencia tranquila. Aunque no quiero hablar de muerte. Pero si hablo de vida, indefectiblemente, hablo de muerte. En fin, la cuestión es que nadie nace sabiendo y la única forma de aprender es viviendo. 

Sigue sonando la playlist. Nunca sé ni por qué ni cuando. Esa voz yo no la comando. Tiempo y tinta. Esa canción sintetiza mi historia, un poco descalibrada y a medio escribir. Nunca sé ni por qué ni cuando, esa voz yo no la comando. Discrepo con Jorge, porque mi voz la comando aunque mi corazón siente donde le da la gana, en detrimento lo que intento construir. El único comando de mi vida es mi voz y mis textos, todo lo demás está librado al azar. Mi amor superlativo es la palabra: recurrente, permanente, cómplice.

Alma afilada

Martes que te quiero martes. Acá estoy con el objetivo reiteradamente incumplido de las páginas matutinas. Cada vez me cuesta más cuando ya debería ser un hábito. O el resultado de este ejercicio maquiavélico propuesto por la señora del libro que estoy leyendo en mi transición hacia la artista que quiero ser. Esa mujer sabía que tarde o temprano estaría odiando esta tarea por carecer de aparentes motivos para escribir sin parar hasta cumplir con las tres carillas. Qué decir. Me angustia saber que viene fin de año, o año nuevo, y no saber dónde y con quién lo voy a celebrar. Fantaseo con ir a una fiesta sola, pagar un cubierto, sentarme a comer y emborracharme hasta entrar en un loop de risallanto. Me entristece haber llegado a la edad que tengo y no estar ni cerca de formar mi propia familia. Hace días que vengo pensando en eso. No es que me urja tener un hijo ya mismo, pero veo beibis y esa posibilidad se aleja aún más que la situación de un verdadero romance. Mi concepción es bastante clásica. Una podría empezar por el hijo y después ver si se enamora, pero esa modalidad no me convence. Aunque a veces considero que es la única alternativa frente a mis fallidos intentos de encontrar un hombre con quien al menos poner el tema sobre la mesa. Estoy agotada de tener citas, de luchar con varones para que se pongan un forro, de amenazar con que podría ser portadora de alguna enfermedad de transmisión sexual. Más de uno piensa que como soy blanquita y de clase media, estoy exenta de ser una promiscua. ¿Tenés idea de con quién cogí? ¿Debo presumir que te cuidaste? ¿Por qué debería confiar en alguien que probablemente desaparezca al día siguiente? Este año aprendí a fuerza de estrés e infecciones nerviosas que nadie más que yo cuidará mi integridad, aunque eso me valga enfrentar a hombres que incluso han traído hijos al mundo y darles clases de educación cívica. Hay tajos que llegan al hueso, denigrando lo esencial: sos solo un cuerpo. El amor, el romanticismo y demás yerbas necesitan una instancia superior a la que no puede llegarse porque están todos demasiado ocupados en mostrar un envoltorio que se parece a tantos otros. Machos que dicen querer coger pero no asumen la responsabilidad que implica. La seducción es un término obsoleto. No importás, pero tampoco él se importa a sí mismo, porque mientras hace culto de su hedonismo, su genitalidad se le sube a cabeza y arremete con todo el vigor de su hombría dispuesto a puertearte sin registro alguno. Y se encuentra con una hembra aguerrida de piernas cerradas: o te ponés forro o no cogemos. No cogemos. Punto. Es una situación que podría evitarse, seguro. Un desgaste innecesario. Ah pero vos lo llevaste hasta tu cama o fuiste hasta la suya. Deberías preguntarle antes si se quiere poner forro. ¿Te parece tener esa conversación? No hablamos de ser caballeros, hablamos de educación sexual, cívica, humana. A veces no sé cómo categorizarla.
Afilada como cuchillo a estrenar, dolida como pie de peregrino, me convenzo de que ninguna herida es permanente. Dicen por ahí que lo que no te mata te hace más fuerte. Lo que no te destruye, te da más herramientas. Anhelo un amor grandioso, un espacio de paz y de escucha activa. Donde el deseo del otro resuene y la conquista sea un valor que permanezca. Donde los egos sean más recatados y las almas se encuentren para compartir.

Miércoles 8 de enero – Memorias presentes


Recuerdo tu presencia aquel viernes que nos vimos por primera vez. Bajás del auto luciendo anteojos espejados, una remera impoluta y un jean ceñido al cuerpo. Hablás por teléfono. Sos digno de una captura perfecta en un escenario trendy como la esquina de Arévalo y Nicaragua. Aunque te ficho desde el instante en que el auto se detiene, intento parecer distraída, sumergiéndome en el celular que no tiene efecto desde la diagonal recta que marca tu trayecto hacia mi encuentro.
Decidimos almorzar adentro porque hace demasiado calor. Le pido a mi torpeza una tregua por unas horas: estoy en una cita, por favor, dejame desplegar mi gestualidad en paz. Unos aperitivos para empezar, un vino rosado a temperatura ideal, degustación de ceviches y pesca compartida. Vos, tan hermoso, relatándome una vida vertiginosa. Yo, mirándote esos labios que acompasan el relato de una vida vertiginosa. Hablamos sin parar. Como si fuésemos dos conocidos poniéndose al día. La gente nos mira. La mujer de la mesa lindante piensa lo fuerte que estás. Me lo dijeron sus ojos. Los mozos también pispean, esperando algún gesto nuestro para retirar el servicio. Los reyes de la sobremesa no nos damos por aludidos. Un almuerzo con vos, doble turno.

Lunes 6 de enero de 2020 – Nos vemos más tarde


Aquí está la niña garrapata dolida por la realidad inexorable de que te vas, queriendo robarte los últimos minutos sabiendo que estás a pocas cuadras, en casa de tu madre. Tengo que conformarme con los mensajes que nos enviamos mientras acomodás tu ropa, tus emociones, tu vida en valijas. Te conocí sabiendo que estabas de paso, aunque ello no inhibe a mis ganas arrebatadas de correr a buscarte, abrazarte y besarte como si la vida se me fuera en ese instante.
No te vayas, Hombre Luz.
– Ya lo sabías, Amelia. Soy expatriado, estoy en Buenos Aires por unos días.
– No quiero despedirme, Lucimán. 

Soltar, desprender, renunciar a la esperanza de alcanzar algo, decir una expresión de afecto para separarse de alguien. La Rae parece mi enemiga, mejor me quedo con tu acaramelado “nos vemos más tarde” y aquel último café. Se me pasa la mañana visitando ferreterías, buscando herramientas para el taller de tapicería, omitiendo la probabilidad de que no voy a encontrar nada de lo que busco. Me envías una foto con tu madre anunciando que ya estás en el aeropuerto. Sos tan tan lindo.

Te adoro, me decís.
– Te quiero como a nadie, te digo.

No exageres que tenés alta familia, Amelia.
Pero una cosa no invalida a la otra, Lucimán.

Nos mandamos gifs, memes  y bobadas. Me llamás por teléfono. Volver a escucharte me cambia la tarde. Te parece un montón que diga eso. Pero es lo que es. Qué hermoso que sos, todo vos. Mi maremágnum emocional no cabe en ningún texto. Me parte el alma que te vayas tan pronto. Te veo más tarde, Lucimán.


Martes 7 de enero – Jet Lag – Las ganas de vos, en loop

Tu vuelo continuado nos hace perder noción del tiempo. Te extraño una banda del Golden Rocket. Es raro no verte dos días, pero es lo que hay. Hablamos de la soledad del exilio y de sentirse solo aún estando entre los tuyos. Se cuelan canciones, muchas. La Mona Jimenez, Abel Pintos, Sergio Denis son solo algunos de los artistazos que nos acompañan neutralizar el drama. Pasaron 14 horas. I just want you close, where we can stay forever, repaso la letra de esa canción, te la canto en un video que vas a abrir cuando llegues a destino. Cada canción que compartimos forma parte de la playlist que ya te anuncié, porque lo cursi no se me quita así nomás. Se cuelan tus chistes que aflojan mi intensidad. Dormir no es una opción si queremos evitar que te pierdas la conexión a Lux. Tus descargas energéticas desvirtúan la charla.
– Quiero todo con vos, Lucimán.
– Todo con el detalle de que vivo un poco lejos.

Me pinchás la nube rosita.
– No me importa, sos lo que yo quiero, aunque suene a capricho amelístico.

Esta es una canción para ti:

Cuando me llamó allá fui
Cuando me di cuenta estaba ahí
Cuando te encontré me perdí
En cuanto te vi me enamoré…

Fuckin’ L, este tema lo escuchamos en tu cama temporal. Me hacés pasar de la risa a la lágrima en microsegundos, o lucisegundos. Sí, ya tenés una unidad de tiempo. Una hora después, me enviás tu primera foto en Lux  y yo la mía desde Malvinas Argentinas. No me figuro la distancia que nos separa.

Domingo 5 de enero de 2020 – El último café

Abrí los ojos, me desperecé en silencio  y miré hacia el costado. Como se me hizo costumbre en estos días que se tornaron noches sin darnos cuenta. Despertarme antes que vos, porque duermo poco, soy manija, estoy falopa. Despertarme antes que vos, para recorrer tu espalda, besarte el cuello, oler el perfume que desprenden tus rulos en mi almohada o en la tuya. Qué lindo es amanecer a tu lado y que las primeras conversaciones sean puro delirio. ¿El casamiento al revés? Solo con vos puedo dar rienda suelta a mi insensatez. Te prendés, me prendés y arranca el disparate que me acalambra la panza de tanto reír. Es nuestra última mañana. Estamos imantados a las sábanas. Doy vueltas para ir a ducharme, mientras  te veo empezar a ordenar tu ropa. Tu partida es inminente. De hecho, siempre lo fue. Verte doblar las prendas que te faltan es la realidad que intento eludir desde que amanecí. La muda de viaje tendida sobre la silla se deleita con mi melancolía. Te vas. Entro al baño y cierro la puerta. Abro la ducha mientras tarareo melodías para disipar las lágrimas que barre la lluvia.

I’ve got the world on a string, sittin’ on a rainbow

Got the string around my finger

What a world, what a life, I’m in love

Ay, Lucimán, yo tan metejón con vos y vos tan en un trip. Salgo del agua y mientras me seco, vuelvo a mirar los productos que hay en la mesada. Intento memorizar los nombres de tus perfumes. Como soy mala con la memoria, me aferro a la anatomía y color de los envases. Me detengo en esos aceites que huelen magnéticos en tu piel. Cuando cruzo la puerta, nos abrazamos.  Nos observo juntos y desnudos por última vez. Nos despegamos para que puedas terminar de acomodar lo que dejaste sobre la cama. ¿Qué vas a hacer hoy?, me preguntás. Te digo que no sé si me voy a mi casa, a la de mis padres o a desayunar por ahí.
Me voy a desayunar, te digo sonriendo. Me acompañás a la puerta, a la vereda de tu dpto de Bondpland ::: y continuamos caminando juntos, tomados del brazo, como se nos hizo habitual.
Un café me tomo, me decís. Y yo, feliz de pasar un rato más con vos. Llegamos a Café Registrado. Buscamos una mesa afuera, pero todas están ocupadas o muy apretadas entre sí. Hasta que una se libera y nos parece perfecta. Pedimos un desayuno que tiene un espresso y tres medialunas y le sumamos un macchiato. Te miro y no lo creo. Un piquete para detener el tiempo. Un huequito en la profundidad de tus ojos y quedarme ahí para siempre.Tomás tu café, mordés una medialuna y hablamos de cosas que no puedo recordar ahora. Un bocado más y un sorbo de café. Bueno, Amelia, seguí disfrutando. Un beso y un abrazo intenso quedan latiendo en mi cuerpo, mientras te veo alejarte y mi humanidad no entiende que no vamos a vernos más tarde. El pecho se me encoge al perderte de vista. Ya te extraño, nos extraño. Te vas y no lo creo. Volvés a tu país de residencia, porque fucking vida de expatriado, conchitumá. La vida sigue su curso. Y yo, con mi taza de café que no puedo terminar. No puede terminar. Esto no puede ser todo, Lucimán. De pronto, te me aparecés para besarme de nuevo. Y me desintegro ahí mismo. Adiós, Hombre Luz.


Me quedo unos minutos más contemplando la esquina por la que te vi partir. El sol de la mañana me invita a caminar las calles por las que anduvimos del brazo. Tomo Arévalo y dejo que mis pies guíen el camino a casa. No quiero volver, prefiero quedarme pateando.
En el trayecto, me detengo en puertas antiguas, en paredes enmarcadas por flores de verano, en viejas casas renovadas por el arte callejero. Seguimos hablando durante mi caminata y tus quehaceres relativos a tu egreso. Mientras camino, empiezo a recordarnos. Sí, tan pronto. Qué feliz me hiciste, Luciano. El sol intensifica su calor, mi piel aumenta su temperatura y humedad, como una alusión a tu paso por mi vida.
Sigo caminando y sacando fotos que te envío por chat. Extrañarte es un presagio de lo que me espera. La avenida Dorrego se pone densa en dirección a Corrientes. Encuentro un bazar lleno de pavadas. Entro a buscar sahumerios, porque gasté los que tenía ensayando cómo esperarte aquella tarde del body negro y la playlist sensual. Me distraigo con otros objetos, pero solo me llevo los sahumerios. Sigo mi ruta. El calor me hace sentir pegajosa. No quiero un taxi con aire. Voy a paso lento, capturando pedacitos de ciudad para mí y para vos, mientras me contás tus experiencias con esa voz tan cálida que me envuelve y tus detalles que me llevan a imaginarlo todo. Gastronomía, música, arte, Krug. Tomo nota. En ese retorno, estamos caminando juntos. No quiero llegar a destino, Lucimán. Ya estoy muy cerca de casa. Antes paso por el Cuchi, retiro la lista de compras para la semana, y acepto que el periplo terminó. Unos pasos más hacia mi dpto. Abro la puerta de Malvinas y te siento en el aire. No quiero empezar a recordarte si todavía no te fuiste.

25 de diciembre de 2019 – A vos que sos tan tan


“Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad”.

J.L. Borges

Miércoles 25 de diciembre por la noche. Me volaste la cabeza. Con el primer mensaje en viñetas, olvidé la alerta que saltó al ver tu perfil en Happn: una imagen cuidada, armoniosa y la auto valoración foodie en la descripción, dos cualidades que en mi universo no iban de la mano hasta que te conocí. Empezamos a chatear y se dio ese tipo de conexión mágica en la que dos personas desconocidas se comunican sin subtítulos mediante. Fue un ir y venir de oraciones bien redactadas, comentarios ocurrentes, refranes atinados, flores, florecitas, floripondios, mensajes sutiles, picantes, calientes. Una vibra compartida. Bonpland :::…La intensidad fue creciendo como nuestro deseo de vernos las caras. Nos tuvimos en vilo, vos coqueteando con la idea de que caiga  a tu dpto. de Bonpland ::: a la madrugada, más tarde, a la hora del desayuno. Yo, sosteniendo con palitos chinos mi deseo de cita formal hasta que un rapto de cordura me devolvió a la realidad: la puta madre, Amelia, tu primera clase de Tapicería. Guantes moteados y destornilladores y grampas y pinzas y martillos y tachas. Pero qué cautivadora sensación esa de desearte sin conocerte. Me preparé a los tumbos para llegar a José Mármol a ver a la teacher. Te despertaste, nos mensajeamos, te conté del taller. Dejaste seteado el lugar neutral que incluía copa de vino y comida deliciosa y nos dispusimos a lo que la vida deparase.
A las 14 horas en Arévalo y Nicaragua. Cómo olvidar esa esquina. Terminé la clase, me subí al auto, me cambié de remera. Un chus chus de desodorante y retoque de make up para apagar el brillo del verano húmedo. Mientras manejaba hacia el  lugar de nuestra cita, sentía mis manos pegoteadas al volante: la efervescencia del cuerpo en su más virgo esplendor. Un mensaje tuyo dice que estás demorado y aprovecho esos minutos para ir sobre mis pasos con el único propósito frustrado de bajar mi ansiedad.
Me detuve en la panadería de fachada verde. Me sentía despeinada y sudorosa. Quedate quieta, pensé. Hasta que levanté la vista de mi celular y cambié la dirección hacia la diagonal perfecta. Un auto detenido. Arévalo y Nicaragua. Cuando te vi bajar, desapareció el entorno que te contenía. Eras vos. Solo espero no tropezarme en los pocos pasos que me quedan caminar hacia La Mar.

5 escasos motivos para quererte tanto

  1. “Quiero conocerte, tenés cosas para enseñarme”, me dijiste y se me iluminó el cora imaginando qué podrías aprender de mí, hombre de mundo.

  2. Comprobamos mediante la Real Academia Española impresa en dos tomos, que no hay palabras iniciadas en “x” o “z” seguidas de consonantes.

  3. Me compartiste canciones que hablaban de tu sentir que también era el mío y hoy son parte de una playlist MAYÚSCULA.

    «Tu, por ejemplo, tan a tiempo y tan inoportuna».
    «Dame una noche de asilo en tu regazo. Esta noche, por ejemplo, dejemos al mundo afuera».
    «En mi almanaque hay una fecha vacía. Es la del dí­a que dijiste, que tenías que parti­r».

  4. Felicidad desde que te conocí:

    Sentarme a tu lado sin importar en dónde
    Reírnos de insensateces
    Dedicarnos canciones pegajosas
    Saborear la sutileza de platos deliciosos
    Tomar ricos cafés sin azúcar
    Pasear del brazo por las callecitas de Palermo
    Extrañarte apenas cruzás el marco de la puerta
    Verte llegar, ay, hombre, verte llegar
    Desplomarnos en el sillón
    Permanecer en tus ojos
    Escucharnos las inquietudes
    Mirarte la boca y ansiar el próximo beso
    Besarte los pensamientos
    Sentir el acelere de nuestras respiraciones
    Encender tus manos en mi cuerpo
    Tenerte adentro mío hasta estremecer
    Aprender lo que no sé para vos
    Dibujar tu espalda con mis dedos
    Entrelazar tu mano y no poder soltarla
    Aferrarme a tu anatomía perfecta
    Fumar en el balcón con un telón de cielo que cambia de color
    Desear que el tiempo pare porque las horas se escurren
    Desvelarme para verte dormir
    Delinear la forma de tu cara mientras dormís
    Besarte cada uno de tus lunares
    Despertarme a tu lado en tu cama, la mía o en cualquier superficie de planeta
  1. Recitar con ímpetu de fan a nuestro querido Cortázar :::

    “Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás, que la eligen porque la aman, yo creo que es al revés.Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.”

Si me permitís una hipérbole, diré que todo lo vivido en mis 34 años fueron el preludio al hecho de encontrarnos. Sos el hombre más hermoso que conocí en una y mil vidas. Que seas feliz hoy y siempre. Te quiero con el alma prendida a 280°C. Besos, chapes y abrazos en loop.
Amelia.

Liberación

Querido espectador, testigo de esta liberación
Suelto ante vos una fantasía sostenida en un tiempo que concluye

Te dejo ir, sueño de amor
Libero las canciones, las frases oportunas, los delirios
Me desprendo de tu sabor a menta, del aire que te envuelve, de tu imagen cristalizada en un tiempo que pereció hace rato

Te exhalo y te suelto
Te dejo ir, sueño de amor

Desmantelo el pedestal, descarto las chucherías y poemas que invocan tu nombre
Todo está limpio y reluce
Agradezco el frenesí y el despertar de mis deseos por cumplir
Celebro a la mujer capaz de querer, dar lo que no tiene, de crearlo si fuera necesario

Te dejo ir, sueño de amor
Adiós a mi fe infundada y a mi devoción infantil
Ilusión, ilusionada, ilusa
Bienvenidos juicio, razón y cautela

Te quise sin conocerte
Con el alma en carne viva
Te añoré sin conocerte
Como una posibilidad que se escurre hacia el final del relato

Te dejo ir, sueño de amor
Con la imaginación extenuada de recrearte
El espíritu agotado de justificarte
El cuerpo achacado de esperarte

Anuncia el cliché que el corazón poco sabe de razón
Que el alma no escoge lo que le conviene
Que la piel no decide dónde encenderse

Amar te prende

Una vez sentí un amor tan desbordado que me llevó a emitir una declaración prematura, impertinente, inapropiada. Ese texto nacido de las entrañas, expuso mis deseos, temores e inseguridades con un énfasis superlativo. Porque el ímpetu de querer darlo todo navegaba en un mar de incertidumbres, alimentando una ansiedad devoradora que pronto haría catarsis. ¿Cómo callar al alma en carne viva? ¿Cómo saciar la sed de la piel?

Los días de romance estaban contados. Uno asentado, el otro de visita. La razón lo anunciaba como un amor de verano pero el corazón lo iba edulcorando hasta el límite de la diabetes. Obnubilada. Por su imagen, su manera de hablar, su léxico y su lengua, su determinación. Alto en el cielo, hombre iluminado. Frenesí.

Fue un tiempo que vuelve intermitente a colarse entre mis sueños. Mis pies se desprendieron del asfalto caliente de diciembre cuando lo vi por primera vez. Durante aquellos días, nunca toqué el suelo. Sonreí hasta acalambrar mis músculos faciales. Vibré mi andar en colores hd. Cada melodía compartida electrizó mi cuerpo y mis labios. Reí hasta llorar y lloré hasta reír. Amé cada minuto con él y conté las horas para volverlo a ver. Sufrí su despedida anticipadamente. Escribí como si la vida se me fuera en las palabras que le dediqué con precisión de cirujano. Me entregué como a ningún hombre antes. Expansión.

Energía, seducción, complicidad. Luz, explosión, amor. En esa vorágine de sustantivos, omití un pronóstico que indicaba fecha de caducidad. Cambiar el hasta siempre por el hasta pronto no engañaría al destino prescrito. Tras su anunciada partida, seguimos en contacto, a pesar de la distancia física y la diferencia horaria, preservando cada mensaje de WhatsApp como un tesoro. Ensayé y desplegué mi seducción a través de fotos y videos. Pero en una noche de desatino, me senté frente a la pc vieja y volqué todo lo que había dentro de mí en el extenso mensaje que predijo la debacle de mi dignidad.

Espasmo, sorpresa, enojo, desencanto, entierro, desesperación. Desamor. Me convertí en un sujeto rastrero implorando perdón. Silencio sepulcral y y mensajes sin leer. A una mujer de palabra no hay nada que la desespere más que el zumbido del vacío. Cuando pasó un tiempo impreciso y mermó su enojo, la realidad ya no sabía a fruta de verano. Mantuve intacta en una iniciativa sugerida: mensajes cortos, prolijos, cuidados, como para no espantarlo más ¿más, Amelia? Así estuve dos años en vilo, mandando saludos relajados con frecuencia calculada, esperando sus respuestas limpias y correctísimas, intentando tener un lugar en su agenda, en su cabeza, en su corazón. Amainando mi intensidad a ver si eso lo traía de regreso a enero del 2020.

No me arrepiento de casi pedirle que se case conmigo a los 10 días de conocernos. No me arrodillé pero estuve cerquísima. Hubiera omitido unos cuantos detalles, seguro. Hubiera hablado solamente de mis pesares, también. Lo que hubiera editado ya no tiene sentido. 
Sí, quiero todo con vos pero sé que en este momento no podés dármelo y es posible que no puedas, ¿y si pudieras, cuándo sería?
Esa frase resume la angustia de mi contundente declaración. ¿Fue mucho? Un montón. Me valió cara la osadía de vomitar ante aquel hombre perfecto, pero la celebro con la vehemencia de un evangelista. Porque era eso o enloquecer, si es que eso no era locura.

Y entre alguno de esos mensajes esporádicos, deslizó que volvía a la Argentina, y casi que me morí de un paro cardíaco pero no, porque acá estoy activando mi dinamita. Y nos volvimos a ver en un lapso en que él estuvo antes de su regreso definitivo. Y me comporté como una lady que nunca soy. Creí que ser atinada era lo que correspondía. Por una vez en tu vida, Amelia, no te muestres tanto. No sé cómo sostuve la mandíbula cuando lo escuché decir el motivo de su regreso. Seguro apreté tanto los dientes que recrudecí mi bruxismo. No dije mucho en aquella cena, me dediqué a escuchar. Y esa noche dormimos juntos y un montón de detalles que no voy a dar. No lo abracé tanto como hubiera querido. No lo acaricié con esa delicada motricidad que pude proveerle a pesar de mis toscas manos. No lo besé con el vendaval que me provocaba todo él. No fui yo. No podía ser yo. Tenía que retirarme con altura, por encima de mis 175 cm. Y no escribir después de coger porque así se estila en lo casual. Y desear un buen viaje, menos. ¿Un te voy a extrañar? Desubicadísimo. Y no preguntar la fecha del retorno definitivo y no pensar. No nada. No cabía una puta ilusión. Me mordí los dientes, la lengua y cerré el culo, por las dudas.

Amar a alguien que no está disponible duele fuerte como los huesos de un viejo cuando hay humedad.