La idea fija

Lunes otra vez. El primero del 2023. Debería estar habituada a escribir estas páginas pero no logré el hábito. Me propuse retomarlas el primer día del año pero me ganó la pereza. La mañana está fresca y yo, muy cansada. Anoche me costó encontrar una posición para dormir. No preciso si me dolía la cabeza producto del cuello o al revés. Acá estamos dispersas mi alma y yo, intentando llenar estas carillas con algo que siembre el germen de alguna ocurrencia literaria. El café que estoy tomando está helado. No sé si está fuerte o es que no me termina de convencer lo aguachento del método de la prensa francesa. Volvamos a lo que nos convoca hoy. Escribir, cueste lo que cueste. Tengo un poco de hambre porque ayer me fui a dormir sin cenar y posiblemente haya pasado unas cuantas horas en ayuno, un dato vago que solo menciono para llenar otra línea de irrelevancias. En otro orden de cosas, me pregunto qué será de la vida del Hombre Luz. Es increíble que aún lo recuerde como una planta por regar. Me gustaría preguntarle si me vio en el aeropuerto de Mendoza. Si escuchó mi voz colarse entre el huequito de los asientos de aquel flybondi de cuarta. Hola, Luxem, le hubiera dicho con total desparpajo. La hubiera mirado a ella también.

Te juro, Página 1, que me hubiera presentado con esa cualidad tan mía del humor exagerado, solo para hacer temblar a su personaje seductor. Total no fuimos nada. No tendría por qué temer. Nunca hubo tantas interrupciones en este fluir del pensamiento. Me ganó el hambre y me fui a la cocina a cortarme un poco de fruta: pera, pomelo rosado y banana. Es necesario cortar cada tantísimo. Qué puedo decir que no sea de público conocimiento. Me obsesioné con Lucimán y su delicado rechazo. No pude aceptar que no me haya dado la oportunidad de conocernos fuera de la vacación. Que se pasee con su «algo que lo tiene sorprendido» o lo que sea que mantiene su interés al día. Que la única opción que me haya ofrecido sea la de vernos uno o dos días antes de aquel retorno definitivo. Pero Dios o alguien estuvo de mi lado porque aunque no hayamos vuelto a vernos, y yo me haya cosido los dedos para evitar enviar un mensaje, su vuelo se canceló. Y una parte de mí se alegró un poco: aunque me quieras poner en el último lugar de tu agenda, tu Citanova te controla. No es que ese retraso me haya servido de algo, mi dignidad se mantuvo incólume al menos por ese lapso. Página 1 me costó muchísimo no recibir un maldito mensaje de algo. Y a la vez, pensé, qué palabra tiene este flaco. Si se propone darme la nada, lo cumple a raja tabla. Te diré que alguito de orgullo tuve, porque doblé mis ganas a la mitad, y luego otra vez a la mitad, y las introduje dentro de un sobrecito que guardé debajo de un cuaderno, al fondo del cajón. Algo aprendí y sigo en ese camino. Hacerme la superada, no exageremos, porque lo sigo nombrando en el 2023 y lo conocí en diciembre del 2019. Parezco mi papá que me echa en cara que le tiré las sillas director que estaban oxidadas y destartaladas. Se ve que lo superé, ¿verdad? A la mierda todo. Quiero que los números me obsesionen tanto como a él. Como a mi padre, digo. Quiero tener una fijación sana. ¿Pueden sana y fijación convivir en la misma oración? ¿Y la idea fija? ¿Suena feliz? ¿Da más vaso lleno que vacío? ¿O da vaso que rebalsa? Estoy llegando casi al final de la primera página y me urge levantarme de la silla. Hay algunas cosas desordenadas. Me gustaría mirarlas y trasladarlas automáticamente a su lugar. Hubiera sido más sabio ordenar todo antes de sentarme a escribir, para evitar que cualquier objeto fuera de lugar se convirtiera en idea fija. No podré parar de decir idea fija porque hay algo de adherencia, de pregnancia, de sujeción. Juego a buscar sinónimos. Debo reconocer que esta obsesión nominal me pone en el ejercicio de sustitución pegajosa.

La mesa me da situación de caos. Los objetos que yacen sobre ella no guardan relación: un plato con un tenedor y micro restos de pomelo rosado, un celular, un esmalte, tickets hechos bollo, plata. Una botella de agua, una taza sin plato, un monedero semi vacío y unos auriculares enredados. Qué fácil se está volviendo esta tarea de completar páginas, considerando un fluir coherente con nada. Me duele la espalda, o el cuello, o la cabeza. Debe ser mi escoliosis. Estoy sentada en una de las sillas que retapicé. Uno de los cuatro resortes marca presencia y no agradable. Ninguno debería destacar por sobre el otro, se supone que ejercen resistencia todos juntos. Pero asumo su rebeldía y lo dejo ser. Por ahí sea producto de que fue la primera silla que pasó por mis manos. Quizás busca salir del anonimato. Por capricho o por anhelo de superación. Resorte yo sé lo que es tener hambre de gloria. Me da pereza desarmar la silla que te contiene. Al menos por tiempo indefinido, seguirás marcando tu existencia entre mis piernas. Un salto es tu chance de trascender, abandonar la oscuridad que te contiene entre liencillo, guata y poliéster. Quiero decir cosas importantes pero hablo vos, el único que permanece entre mis muslos con una constancia inusitada. Le dedico texto a un resorte, algo de esto no está bien o por ahí esté todo donde tiene que estar: el compañero silencioso decidió colarse entre mis nalgas para hacerse notar, soportando mi volumen a diario, como nadie más lo hizo jamás.

Suena Drexler, qué hombre. Hace poco escuché una nota repetida en la radio y pensé: qué oratoria, qué seducción lingüística, qué oportuno todo él. Tan seguro de sí y de su talento, pero abierto a escuchar y aprender de nuevas generaciones. La humildad de George. Te amo solo por tu verbo. Me siento capaz de amar a troche y moche. Es algo recurrente, la necesidad de amar a un hombre que no me quede más remedio que amarle porque es familia. Es moda amar a Messi pero la verdad es que el fútbol no me significa nada. Podemos hablar de metáforas y demás cuestiones que se desprendan de ahí. Nada relativo a Lionel me convoca así que prefiero dejar de lado su masculinidad. Si sirve para que otros hombres busquen paralelismos, bienvenido sea. Tu corazón va a sanar, pronuncia Jorge. Y nadie sabe por qué un día el amor nace. Ni sabe nadie por qué muere el amor un día. Ni nadie nace sabiendo, nace sabiendo que morir también es ley de vida. Todo eso dice Jor con una cadencia tranquila. Aunque no quiero hablar de muerte. Pero si hablo de vida, indefectiblemente, hablo de muerte. En fin, la cuestión es que nadie nace sabiendo y la única forma de aprender es viviendo. 

Sigue sonando la playlist. Nunca sé ni por qué ni cuando. Esa voz yo no la comando. Tiempo y tinta. Esa canción sintetiza mi historia, un poco descalibrada y a medio escribir. Nunca sé ni por qué ni cuando, esa voz yo no la comando. Discrepo con Jorge, porque mi voz la comando aunque mi corazón siente donde le da la gana, en detrimento lo que intento construir. El único comando de mi vida es mi voz y mis textos, todo lo demás está librado al azar. Mi amor superlativo es la palabra: recurrente, permanente, cómplice.