Será el escepticismo de lo vivido, un cuaderno de desilusiones o el devenir de una madurez cítrica, pero cada vez me resulta menos atractivo el sacramento matrimonial. No voy a criticar a los cientos de historias de muchachitas llevadas al altar por príncipes corpulentos y bien intencionados, no. Ya desmitificamos esas ideas patriarcales de linditas cuyo único propósito en la vida era ser rescatadas de las brujas deseosas de belleza y juventud eterna, con nuevos relatos y luchas feministas de tode tipe. Claro que cuando Walt escribió aquellos cuentos de amor en los años cincuenta, masificados por los VHS, las brujitas ignoraban el mundo de la cirugía plástica. De todos modos, era mucho más divertida la alquimia y la persecución permanente que despilfarrar dólares en plásticos, hilos metálicos e inyecciones de sustancias oleosas. Por suerte, Disney vio venir el bardo feminazi y encaró nuevas historias desde la óptica de las villanas.
Estas criaturas, mal catalogadas como envidiosas, eran unas verdaderas emprendedoras, artífices de planes maquiavélicos sin igual. Mujeres con mini pymes que empleaban a unos cuantos malandras buenos para nada. Claro que no habían nacido malitas, no. Maléfica, por ejemplo, tuvo un noviecito que piró por la ambición y la dejó, sumado a que vino un rey hijo de mil a cagarle las tierras. Male, recontra potra y empoderadísima, lo venció con su ejército, ¿y qué hizo el machirulazo? Ofreció a su hija en matrimonio al tipo que asesinara a la pobre y potranca de Male. Quilombo y más quilombo con efectos Disney reloaded. Detenida en el semáforo de Directorio y Carabobo, con las manos abrazando el volante de mi Golfito azul, lo vi tan claro a través de mis cristales gruesos un poco toqueteados. El futuro padre de mis hijes. Un hombre de estatura media, robusto, de manos grandes y callosas, me cargaba en su espalda, dando pasos lentos y firmes, camino al altar de acero desinfectado.
Él, de blanco percudido, con algunas manchas oxidadas, botas negras y cofia traslúcida, tarareaba nuestra canción. Yo, bien mudita, de rojo y rosado rubicundo, alardeaba mis capas de grasita brillosa y suculenta. Hernias, sacrificio y rock and roll.
