En breve se cumple un año desde que me separé. Durante todo ese tiempo, transité las reconocidas etapas de las que han hablado psicologías y gurúes de toda índole. Leí libros acerca del amor, lloré los domingos y algún que otro día de semana, miré películas de clichés amorosos, escuché consejos diversos que sugerían dejar de buscar, porque el amor llega solo.
Yo, que vengo de una cultura del hacer que las cosas pasen, no concibo la calma y la espera del rayo amoroso que te parte al medio. Hiperquinesia mediante, me valgo de los recursos que tengo a mano, como invitaciones que derivan de reuniones y eventos, en escasas oportunidades, y otras tantas provenientes de Apps de citas.
Como me propuse hace rato, salgo sin expectativas, pero con la idea de pasar un buen momento y llevarme una pincelada de la vida de alguien. Dado que muchas salidas involucran gastronomía, dejo mi bagaje a un lado y me dispongo a pasarla bien, en serio. Pero esa mochila vuelve ya que en reiteradas veces me proponen elegir el lugar porque yo soy gastronómica. Considerando el bolsillo y lo poco que puedo llegar a intuir del partenaire, opto por algo no muy pretencioso, suponiendo que, en el mejor de los casos, el tipo invite todo. Por lo tanto, me mantengo entre el barcito relajado y el Street food.
La vida no deja de darme señales matemáticas, a mí, que soy una mujer de muchas letras y pocos números. La cantidad y multiplicidad de citas atravesadas conducen a un mismo denominador común: el destrato hacia la mujer no distingue origen socio-económico ni generación del sujeto. No se trata de pagar una cuenta a medias, que para algunas mujeres, es inconcebible. Es una sumatoria de factores que hacen que una mina sienta que el hombre que tiene enfrente está incompleto, roto, desdibujado. Ejemplifico lo anterior. Yo, mujer de 33 años, salgo con alguien. Me valgo de mis medios para llegar al lugar acordado, se sucede el encuentro y no se da la chispa, llega el momento de pagar la cuenta y lo hacemos a medias, y yo dejo propina porque el sujeto se considera mal atendido. Nos despedimos. ¿Te llevo o te vas caminando? me pregunta, total estás cerca ¿no?. Me pregunta si me voy caminando 5 cuadras a las 12.00 de la noche. Parece un barrio en el que nunca pasa nada, pero puede pasar. Como no puedo creer la pregunta que me acaba de hacer, decido irme sola. El tipo tiene 40 años y un hijo, se supone que pertenece a una generación en la que todavía se cuidan las formas del caballero. Ese hombre se comporta así, y uno de 30, también, y uno de 28, igual que los dos anteriores. No es avaricia, no es mezquindad, es desconsideración. Si no te gustó la mina, igual acompañala a su casa, más si estás en auto. Si solo te la garchaste, procurá un mensaje para saber que llegó bien a su casa. Pareciera que cuidar a una mujer solo aplica a familiares cercanos, novias o esposas.
Al principio creía que esta actitud desconsiderada era una cuestión generacional, algo del millennial relajado. Mi entrenador, con el que hablo de estos temas, me dice que los hombres van a decirte cosas lindas o a comportarse como caballeros solo si te quieren coger. Y yo le digo que ni para coger veo esas actitudes, si es que ese fuera el motivo para ser un poco charming. La realidad supera cualquier hipótesis acerca de por qué un tipo de 40 años se comporta con el relajo de uno de 25. Es una cuestión de valores perdidos, u olvidados, si queremos ser menos fatalistas. Hay actitudes que no pueden confundirse con feminismo o machismo, esos son determinismos que no llevan a buen puerto. Estas situaciones me molestan y mucho. Querés que pague mi parte, la pago, y también, dejo la propina. Te hacés el boludo para no acompañarme a mi casa, me voy sola. Ahora si dejaste el auto o no tenés, y no te alcanza para el Uber, jodete. Caminá hasta un cajero y procurate efectivo. Es tu problema, como es el mío llegar a casa.
Te leo y coincido con tus palabras.
He vivido muchos años en el Libano y luego de regresar me di cuenta de esa diferencia de valores perdidos en los hombres de este pais.
Lo mejor es que al leer tu nota, me sentí yo mismo pensando hacia adentro, que paso con los hombres? Puede ser que ambas partes esten distorsionadas y por eso se perdieron los valores?
Seran las redes sociales que le hacen sombra a la realidad?
The best,
Sebas
Hola, Sebas: muchas gracias por leer mi post y pasar a compartir tu opinión. Con esta reflexión, no estoy culpando a los hombres y victimizando a las mujeres, eh, porque si pasan cosas como estas que menciono, tiene que ver con que nosotras también permitimos que pasen. Creo que los valores se van perdiendo y es un desafío evitar la extinción total. Las redes sociales contribuyen a que todo sea más líquido, más híbrido, menos consistente, y eso puede resultar vacío, y por eso, creo que su uso refleja a la sociedad que las consume. No son ni buenas ni malas, no las demonizo, tomo lo que sirve e intento no quedar atrapada en ellas. Gracias de nuevo por tus palabras. Saludos, Amelia.