Pienso en el deseo como motor de los sueños. Estoy sentada en la mesa 3 del restaurante familiar que supo ser, y aún es, el sueño de alguien que imaginaba un espacio donde ofrecer ricos momentos, en el que pude desarrollar una faceta diferente. Hoy, con esa realidad en curso, me propongo volver a soñar y diseñar mi presente. Pienso en aquellas cosas que encienden mi fuego interior. Imágenes, lugares, colores, sensaciones, aromas, comidas, películas, escenas de la vida. Me fascinan las historias que puedo contar a través de las palabras. Mientras escribo, marchan unas Rabas para la mesa 2. Pienso en cómo compartir mi pasión por las letras con las personas que eligen El Cuchi como el lugar para reunirse con amigos, disfrutar una comida, tener una cita, pasar un momento agradable. Soy de las personas que gustan de observar la vida de los otros e imaginar, por ejemplo, la profesión del hombre pelilargo y barbudo que toma una Caipiroska de frutos rojos, y sigue con Coca Light. Confieso que su elección etílica me desconcierta. Lo hacía un tipo de whisky. Al escuchar su voz, reconsidero el prejuicio. Su tono afable va perfecto con su dulce elección. ¿Cómo comparto estas impresiones que me brotan de los dedos? Pienso en un café con historias, micro-relatos, cuentos que Amelia trae para los que paran a tomar un café, estirar las piernas o recobrar energía. Y en esa mesita apartada, haciendo la pausa, los sorprende un pedacito de mí.
