Tengo un dilema mientras redacto el menú del restaurante. Se trata de las Berenjenas a la Parmesana. Láminas de berenjenas asadas, salsa de tomate, Mozzarella y Parmesano gratinado. No, Reggianito gratinado. Trabajamos Reggianito de La Paulina. Pero entonces, no serían Berenjenas a la Parmesana. Comienzo una batalla existencial en la que soy mi aliada y mi rival. Seguirán siendo Berenjenas a la Parmesana pero con queso Reggianito. ¿Cómo es posible que a todos los quesos culo, le digan Parmesano? En los volantes de delivery, en las cantinas, fondas, trattorias, restaurantes, bares y pubs.
No es Parmesano, pero nos dejamos seducir por la musicalidad. Parmesano, de Parma, región italiana famosa también por su Prosciutto. Nos gusta engañarnos. Porque muy en el fondo o no tanto, sabemos que un trozo de ese delicioso queso almacenado entre 12 y 36 meses, que se desgrana en tu boca regalándote un final feliz y un picor que te hacen bailar, no puede circular de moto en moto en sobrecitos termosellados. Oh, Parmigiano Reggiano, escribiría mil versos esta mañana, recordando tu sabor y textura. Oh, Parmigiano Reggiano, cabalgaría sin descanso hasta tus bellas tierras para raptar el umami que me ha dejado extasiada. Empuñaría mi espada y atacaría a cada mercader que te apresa en los puestos, plazas y almacenes, entre el bullicio de los transeúntes que te miran con deseo. Eres mío, Parmigiano Reggiano. Atravieso tu cuerpo y ya puedo saborearte. En trozos, virutas, rallado o gratinado.
