Su presencia le daba ganas de regurgitar. Tuvo muchas ganas de decirle que era un cínico, un sinvergüenza, un ladrón de poca monta, un malparido. Pero no pudo más que ver su ir y venir mientras él embalaba sus pertenencias.
-Hijo de mil p… por qué lo hiciste, murmuró en sueños. Por qué, por qué, se imaginó gritarle mientras lo zamarreaba.
Pero aquello fue solo una escena ficticia, porque su decepción, su temor o su falta de carácter la paralizaron cuando lo tuvo frente a frente, al punto de no poder pronunciar palabra alguna.
Era un estafador, un farsante, un veneno diseminado en los ignorantes que lo siguieron cegados por sus mentiras y relatos fabulosos. Se fue seguido por sus súbditos que cargaban sus bártulos. Ella rabiaba en su interior mientras le salían chispas en todas direcciones. Su único consuelo fue verlo irse con la cabeza gacha, sabiendo que no podría mirarla a los ojos nunca más y que más de una puerta se le cerraría a partir de entonces.