La desvelada

Él duerme. Ella tiene los ojos abiertos y acciones que nadan por sus neuronas. No piensa en otra cosa que no sea en escapar de su cama caliente para disponerse a contar una historia. Se desprende de su abrazo y se dirige al baño procurando no hacer crujir el piso de falsa madera. El pudor que alguna vez tuvo la lleva a ponerse la bombacha antes que los anteojos, aunque no fuera requisito cubrir su intimidad para escribir.

Él sabe que a ella le encantan las historias, que escribe y que piensa publicar una novela, aunque no sabe cuándo. Ella tampoco lo sabe. Él también ignora que ella puede desvelarse a las 02.42 am, encender la computadora y comenzar un archivo en blanco con algún un relato que no la deja dormir. O tal vez, una concatenación de frases que pecan de pretensiosas.

Taller de escritura autobiográfica, o algo parecido, dictado por Gonzalo Garcés. ¿Me inscribo? No tengo cultura literaria, y acumulo libros como postales y tarjetas personales. Nunca llegué al final de una hoja de Proust. Ni leí los grandes clásicos de la literatura universal. Bueno, alguno que otro he leído. ¿Debería buscar algún taller que esté a mi altura? ¿O dictado por algún escritor amateur? ¿Alguien que no haya publicado libros exitosos? ¿Qué no haya entrevistado a artistas reconocidos del mundo de la literatura? ¿No te parecen demasiados interrogantes para las 03.15 de la mañana?

Escribí, escribí para vos, escribí para los locos que pululan por las redes. Escribí para llenar tu carencia, para vaciar tu completitud. Escribí, escribí para vos, escribí por el placer de buscar la palabra exacta en el diccionario de la Real Academia Española y alcanzar la frase precisa que describe la escena.

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