Ha caído nuevamente en su propia trampa, creerse lo suficientemente lista como para alterar el orden natural de las cosas. En una ebullición de emociones, lo imposible se vuelve opción y lo intangible, palpable. Teje en su cabeza los hilados más bonitos, con cientos de colores que resultan del riesgo de alterar lo que es dado, de animarse a combinar sin importar qué resulte. Y se abriga con ese tejido mágico el tiempo que dure, porque la magia desaparece cuando se cuela una mínima noción de realidad.
El visitante no es local, como las manzanas no son peras y el gato no es liebre.