Son las 8.30 cuando suena la alarma del teléfono un sábado a la mañana. Giro la cabeza en mi almohada, tengo que levantarme, ducharme y cambiarme rápido, porque entre las 9.00 y las 10.00 llega Pan Fresh al Cuchi. ¿Y si lo dejo clavado? Total puedo salir a comprar unos kilos de pan a cualquier panadería y dormir un rato más. Aunque tampoco mucho más, porque a las 10.00 empiezan a llegar los chicos de cocina y salón, así que por una media hora pedorra, me levanto y no me uno a la raza incumplidora que tanto detesto. Antes, le mando un mensaje a mi hermana, que ya volvió de Chile y que vive en el segundo edificio al lado del Cuchi, con la esperanza de que me diga, dejá que yo les abro. Pero no responde y asumo que está más dormida que yo, así que no tengo opción. Me levanto y entro directo a la ducha. Y como es la mañana, no tengo que pensar en vestirme presentable, aunque siempre lo hago, porque soy la cara del Cuchi, entonces no le puedo pifiar a la imagen. Pero es temprano, Carolina, déjate de joder, nena. Y me voy corriendo, con el brote de la cara a flor de piel, con el cuadro puntillista que me acompaña desde el día anterior, con las petequias. Las petequias, que suena como nombre de cafetería paqueta, como Las Violetas de Almagro, pero no, las petequias son lesiones pequeñas de color rojo, pequeños derrames vasculares cutáneos del tamaño de una cabeza de alfiler. ¿Vos tosiste mucho o vomitaste? Me pregunta el médico de la guardia del Alemán. Sí, tosí bastante, le respondí convencida. Ven chicas, esos puntitos que tiene alrededor del ojo y en la frente, le dice a las dos médicas que parece que ven las petequias en un paciente real por primera vez. Soy el modelo vivo de petequias, chicas, hubiera querido decir ¿Hay algo que pueda tomar? Pregunté. No, se va solo, pero te podés maquillar si querés. Menos mal doctor, no puedo salir con esta cara, solo me la dejé así para mostrarte. ¿A qué te dedicás? Tengo un restaurante y no puedo atender así. Y ahí, saqué mi faceta de rrpp y tarjeteé con el doc y sus aprendices que seguro eran del interior. Ya le había avisado a Braian, el barman y a Lisandro, el jefe de cocina, que iba a llegar un poco más tarde y que le pagaran al del hielo y a Humberto, el verdulero. Salí del hospital y fui a buscar el auto. Lo bueno de tener petequias y volverte manejando, es que podés ir en el auto llorándolas, compadeciéndote por tu jeta roja, como si estuviesen pasando el megafilm del mes, Petequias de acero.
