Miércoles, 20.45 h. Entra a un restaurante, un muchacho de unos 40 años. De estatura y contextura mediana, cabello y ojos oscuros, piel blanca como la luna. Pide una mesa para uno. Se acomoda en la silla mientras observa cada detalle del local.
Un camarero le acerca la carta de comidas y vinos. El hombre saltéa las hojas de entrada y varios y se focaliza en las carnes. El plato “Corazón de la casa” le llama la atención. Una vez decidido, levanta la mirada para buscar al mozo.
-Sí, caballero. ¿Qué va a ordenar?
-Quiero el Corazón de la casa. Bien bien cocido, mariposa.
-Perfecto, ¿con qué lo va a acompañar?
-Con unas papas rústicas, bien sequitas también, por favor.
-De acuerdo. ¿Y para beber?
-Y…tráigame el Malbec de la casa. ¿Está en buen precio, no?
-Sí, señor.
-¡Muchas gracias!
A los 15 minutos de haber tomado la orden, el mozo baja el plato de corazón. El muchacho toma sus cubiertos mientras examina la presa ante sus ojos. Sorprendido por la velocidad con que su corazón fue servido, clava su tenedor firmemente en la carne y apoya el cuchillo para dar el primer corte. Sobre el plato, se desparrama un líquido rojo que tiñe las papas que completan el plato. Asqueado por la escena sanguinaria, contiene la saliva. Busca al camarero con la vista, y éste le pregunta si necesita algún condimento especial.
-Escúcheme, Señor. Yo le pedí un corazón bien cocido, abierto mariposa, y usted me trae un corazón jugoso, sangrante.
-Discúlpeme, tiene razón. En seguida lo solucionamos.
– Por favor.
Dos minutos después de una suculenta discusión dentro de la cocina entre el mozo y el cocinero, el primero vuelve a la mesa del cuarentón, esta vez sin corazón.
-Lo siento señor, pero olvidé mencionarle que el corazón tiene una sola forma de cocción en nuestra casa, para que el comensal pueda experimentar el sabor de un corazón tierno y jugoso, que conserva sus nutrientes y propiedades originales en cada bocado. Y una vez que su paladar viva esa sensación, no querrá comer nunca más un corazón bien cocido. ¿Le puedo ofrecer otro plato?
-No me diga cómo tengo que comer un corazón. Yo siempre como las carnes secas, pero se ve que la casa no quiere satisfacerme. No quiero nada más si van a servírmelo como quieren. Tráigame la cuenta.
-Como diga.